domingo, 4 de abril de 2010

MI HIJO EL MILLONARIO EN 96 CUOTAS (Por Marcelo Elbaum)

Muchas de las familias que actualmente han logrado un cierto bienestar económico seguramente han demostrado en su vida una habilidad considerable para acumular riqueza.

Si bien muchos son frugales respecto a su propio consumo y estilo de vida, no lo son tanto cuando se trata de “gestos de generosidad” con sus hijos y nietos.

Estos padres se sienten impulsados, obligados incluso y con culpa por ser parte de una cultura mayormente judeo-cristiana, a dar apoyo económico a sus hijos adultos y sus familias.

En consecuencia, un número cada vez mayor de familias a cuya cabeza se encuentran hijos de personas adineradas desempeñan el papel de integrantes exitosos de la clase media alta productora de altos ingresos.

Sin embargo, su estilo de vida es pura fachada. Estos hijos son consumidores de altos volúmenes de productos y servicios de nivel, desde sus casas coloniales tradicionales en barrios elegantes hasta sus autos de lujo, que en muchos casos son importados.

Desde los clubes hasta los colegios privados que eligen para sus hijos, son una prueba viviente de una simple regla respecto del dinero: es mucho más fácil gastar la plata de otro que el dinero generado por uno mismo.

Por ejemplo, los padres en general subsidian a los hijos para que lleguen a adquirir su primera casa.

Pero para ajustarse a esos suntuosos regalos, hay que “representar el papel” en términos de ropa, autos, etc. Por lo tanto, este presente inicial puede hacer entrar al receptor en un circuito de consumo y de dependencia continua del donante. Su orientación puede incluso pasar de centrarse en el logro económico autogenerado a la esperanza y la perspectiva de la llegada de más regalos.

Visto desde el lado del receptor de regalos, si sus padres pagan la educación de sus hijos por u$s12.000 anuales en escuelas privadas, suponiendo una renta del 10%, el hijo considera que tiene u$s 120.000 ahorrados de capital que en realidad no le pertenecen.

¿Qué puede hacer un padre preocupado por el futuro de sus hijos para no convertirse en un “eterno Papá Noel”? Si al cumplir 18 años, los padres le abren una cuenta de inversión a los hijos y depositan US$100 por mes hasta los 26 años (o sea, un total de 96 cuotas de US$100 que representan un total de US$ 9.600), y a partir de allí dejan ese capital hasta los 50 años, con un rendimiento anual esperado del 10%, a los 50 años ese hijo se encontrará con US$143.000 y si espera hasta los 65 años, se encontrará con US$600.000. Esta es una solución al alcance de la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, porque permite asegurar el futuro de los hijos y nietos, pagándolo en cómodas cuotas y sin generarles a los receptores de este dinero un gran perjuicio.

De todos modos usted se estará haciendo la pregunta obligada: ¿malcriaré a mis hijos si les regalo dinero en efectivo? Piense que cuanto más dinero reciben sus hijos adultos, menos acumulan, mientras que los que reciben menos dinero acumulan más. Regalarle a un hijo “dinero virtual” que no se puede utilizar hasta determinada edad, podría al menos resultar en un “malcriado millonario”.

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